Con anterioridad he publicado mis pensamientos anticaudillistas, pues considero que los seres humanos no deberíamos subordinarnos a otros que tienen las mismas potencialidades o capacidades con las que hemos sido dotados.
Se cree que casi hasta finales del Siglo IV los emperadores romanos exhibían el título de máximo pontífice («pontifex maximus») como el mayor cargo del caudillismo religioso, pero León I fue el primer obispo romano que asumió dicho título con la finalidad de restaurar su credibilidad y reducir la influencia que los emperadores romanos habían logrado entre los cristianos después de que Flavio Valerio Aurelio Constantino autorizara la práctica del culto a Cristo y se iniciara la persecución a los no cristianos. Después de esto se inició un concubinato, que ha sobrevivido hasta nuestros días, entre el caudillismo religioso y el caudillismo político en diferentes territorios del planeta con la finalidad de mantener su dominio sobre los individuos.
De acuerdo con la evidencia histórica, el teólogo francés Oscar Cullmann señaló que «Hasta los primeros días del siglo tercero, nunca se le ocurrió a ningún obispo de Roma referirse a Mateo 16:17 y siguientes, aplicándoselos a sí mismo en el sentido de ser la cabeza de la Iglesia». Juan Crisóstomo, quien también se conoció como Juan de Antioquía, creía que en ese texto bíblico se hizo referencia a la confesión que hizo Pedro y no a Pedro mismo; asimismo, Agustín de Hipona pensaba que Jesús no se refirió a Pedro, sino sí mismo; sin embargo, para los caudillos religiosos es muy conveniente hacer creer que ellos son los vicarios de Cristo y, por lo tanto, los máximos representantes de Dios en la tierra.
A diferencia de las generaciones de estudiantes colombianos de los últimos cinco lustros, mi generación tuvo la oportunidad de que nos enseñaran historia durante nuestro proceso de educación formal. La eliminación de la cátedra de historia de los planes de estudios de las instituciones educativas se dio en el año 1994, pero eso no ha impedido que los interesados en conocer los hechos del pasado continuemos haciéndolo por cuenta propia y podamos sacar nuestras conclusiones y nuestro propio aprendizaje. Una de las enseñanzas que algunos hemos obtenido en ese proceso es que «la historia la escriben los vencedores».
Por lo anterior, no debe extrañarnos que en la lucha de poder entre los caudillos la historia se tergiverse, se reinterprete o se reescriba para mostrar que los caudillos son los principales protagonistas en ella, pero solo quienes se interesan en buscar la verdad pueden encontrarla y, por el contrario, quienes tienen predisposición a creer las mentiras quedan deslumbrados frente a cualquier cuento de hadas que les narren.
Muchos aprendimos que el 12 de octubre de 1492 Cristóbal Colón llegó a América con el apoyo de Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, quienes habían decretado la conversión al catolicismo mediante la coerción a los judíos (a quienes llamaban marranos) y a los musulmanes (a quienes les decían moriscos) o la expropiación de bienes y la expatriación a quienes se negaran a convertirse. A ellos uno de los caudillos de la religión católica los denominó «reyes católicos». Si observamos con atención la realidad del mundo actual, entonces podemos ver que ese comportamiento no ha cambiado y que entre los caudillos se siguen concediendo a nivel internacional, nacional, regional y local premios, reconocimientos, nombramientos, se reparten medallas, se aprueban leyes y decretos para exaltar sus personalidades, a pesar de que son tan humanos como el resto y que muchas veces su único mérito es su caudillismo.
La República de Colombia también ha sido escenario del fraude caudillista político-religioso, ya que en 1886 mediante la Constitución Política y en 1887 con el Concordato que se firmó con el Vaticano, se legitimó la discriminación y la exclusión, persiguiendo en nombre del estado a quienes tuvieran un pensamiento diferente al «oficial»; no obstante, en la última década del Siglo XX el pensamiento liberal logró abrirse paso en la Constitución Política de 1991 para facilitar la construcción de una nación incluyente y pluralista, aunque aun limitada por el poder caudillista de quienes hacen parte de los poderes públicos.
Otro logro del pensamiento liberal en la década de los noventa fue la apertura económica que ha facilitado el intercambio comercial entre los países y le ha permitido a nuestra población obtener productos a precios accesibles; sin embargo, el tamaño del estado colombiano (que también se refleja en el excesivo número de reglamentaciones y trámites) hace que el precio final de los bienes y servicios ofertados en los diferentes mercados incluyan altas tasas tributarias para financiar el exorbitante nivel de gasto del estado colombiano.
Por todo lo anterior, finalizo mi opinión de hoy con la siguiente reflexión: Si de la misma forma como se logró la separación entre el estado y la religión católica también buscamos la separación entre el estado y la economía ¿Por qué no?
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