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domingo, 1 de noviembre de 2020

CAUDILLOS: ÍDOLOS CON PIES DE BARRO

En las elecciones de alcaldes del año 2003, cuando yo apenas tenía unos pocos años de experiencia y escasa formación en temas de la función pública, hice parte de una bonita campaña electoral que se denominó «El cambio social sin amo» cuyo candidato fue un hombre experimentado en las lides políticas locales y varias veces concejal de mi municipio, mi amigo Andrés Burgos Doria. Perdimos esa elección por menos de 200 votos después de haber rechazado el apoyo de uno de los que considerábamos uno de los caciques, gamonales o caudillos locales de aquella época; sin embargo, quedó arraigada en mi pensamiento la convicción de que es posible hacer política de verdad, libre de compromisos clientelistas e inmorales, además de hacerla de frente a los ciudadanos.

Lo anterior se sumó a muchas enseñanzas que había recibido durante mi época de estudiante de bachillerato, así se le llamaba a la educación secundaria, como las que el «Manco de Lepanto» dejó consignadas en su obra cumbre «El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha»: «Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro, si no hace más que otro» (Miguel de Cervantes Saavedra), por las que no considero que alguien sea superior o inferior a mí o algún otro ser humano. No creo que una comunidad le deba rendir pleitesía a un individuo que se ha querido imponer en un territorio como cacique, gamonal o caudillo. No obstante, la experiencia me ha enseñado que el pensamiento caudillista no solo está en la mente de aquellos líderes que se creen imprescindibles, sino también de aquellos hombres y mujeres que están convencidos de que ese líder es irremplazable.

El vocablo «caudillo» proviene del latín «capitellum» que se traduce como «pequeña cabeza» o «cabecilla» y según la Real Academia Española su significado tiene acepciones como «Hombre que encabeza algún grupo, comunidad o cuerpo» y «Dictador político»; la existencia de los caudillos hace posible el «caudillismo» o «caudillaje» que es el «Mando o gobierno de un caudillo» y es sinónimo de «caciquismo» y de «gamonalismo». La «Intromisión abusiva de una persona o una autoridad en determinados asuntos, valiéndose de su poder o influencia» es una de las acepciones del «caciquismo».

En una de mis publicaciones anteriores, esbocé la manera en la que el pensamiento liberal puso fin a formas de gobierno monárquico en muchas partes del planeta, como Latinoamérica. El caudillismo, caciquismo o gamonalismo no se diferencia mucho del monarquismo, ya que le da una relevancia irracional a unos individuos que, como ya lo dije, son prescindibles; sin embargo, durante el siglo XIX, las sociedades que fueron liberadas del poder de las monarquías se sintieron huérfanas de esa «protección» y las reemplazaron por caudillos criollos. Lamento reconocer que después de dos siglos el pensamiento de nuestras sociedades no ha cambiado mucho y siguen depositando sus esperanzas en «ídolos con pies de barro».

La expresión «ídolo con pies de barro» se usa para señalar la fragilidad de poner las esperanzas en seres humanos imperfectos, como nosotros, y proviene de la Biblia, que expone un sueño de Nabucodonosor, rey de Babilonia, con una gran estatua hecha de diversos materiales: «La cabeza de la estatua era de oro puro; el pecho y los brazos, de plata; el vientre y los muslos, de bronce; las piernas, de hierro; y una parte de los pies era de hierro, y la otra de barro. Mientras Su Majestad la estaba mirando, de un monte se desprendió una piedra, sin que nadie la empujara, y vino a dar contra los pies de la estatua y los destrozó» (Daniel 2:32-34). Esta profecía hace referencia a las diferentes formas de gobierno humano que se han dado a lo largo del planeta desde el momento mismo en que al profeta Daniel le fue revelado el sueño y su interpretación.

La Universidad Autónoma Metropolitana de México publicó un trabajo titulado «Los movimientos sociales y el problema del Estado. El caudillismo en América Latina, ayer y hoy» en el que citando a Roxborough (1997) dijo lo siguiente:

«Los caudillos han evitado generalmente lo que los estadounidenses llamarían normas democráticas de gobierno; en su lugar, ellos tienden a erigir sistemas estatales orgánicos. Esta situación se da inicialmente con la intervención de los caudillos en las relaciones entre el capital y el trabajo. Por la importancia del sector obrero en las sociedades modernas, la necesidad de controlar a sus movimientos autónomos y aprovechar la energía en su favor, en varios países latinoamericanos se ha experimentado el corporativismo de manera más o menos seria y duradera. Las relaciones laborales, en general, y la organización sindical, en particular, pasaron en forma creciente a ser reglamentadas por el Estado, que se convierte en plenamente orgánico al agregarse otros sectores de la vida económica y política. Brasil y México son los casos clásicos del control corporativista de las relaciones laborales en América Latina, y otros países instauraron su propia variante, como en Argentina durante el gobierno peronista y en Perú durante la presidencia de Velasco Alvarado.».

Una de las mentiras del pensamiento caudillista es que las acciones de los movimientos sindicales benefician a toda la clase trabajadora cuando la verdad es que solo benefician a quienes hacen parte de sus colectivos, como lo dejó claro el economista Thomas Sowell al afirmar que «El mayor mito sobre los sindicatos es que los sindicatos son para los trabajadores. Los sindicatos son para los sindicatos, así como las corporaciones son para las corporaciones y los políticos son para los políticos». Si hilamos delgado en nuestros análisis, entonces nos daremos cuenta de que dentro de esos movimientos sindicales también hay caudillos que quizás no tienen gran reconocimiento por fuera del movimiento sindical, pero son populares dentro del mismo.

El expresidente estadounidense Abraham Lincoln, quien abolió la esclavitud en su país, dijo que «Del mismo modo que no sería un esclavo, tampoco sería un amo. Esto expresa mi idea de la democracia», pero en Latinoamérica el pensamiento caudillista tiene un fuerte componente emocional y, por lo tanto, poco racional que hace evidente la debilidad institucional de nuestros estados y la poca madurez política de nuestras naciones.

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