En diferentes textos de la Biblia se narra la historia del rey Salomón, quien alcanzó renombre entre los reyes de Israel por su conocimiento y su sabiduría:
«Y aquella misma noche, Dios se apareció a Salomón y le dijo: “Pídeme lo que quieras, y yo te lo daré.”
Salomón le respondió a Dios: “Tú trataste con gran bondad a mi padre David, y a mí me pusiste a reinar en su lugar. Ahora pues, Dios y Señor, cumple lo que dijiste a David mi padre, ya que me hiciste rey de un pueblo tan numeroso como el polvo de la tierra. Por tanto, dame sabiduría y conocimiento para dirigir a este pueblo; porque ¿quién va a gobernar a este pueblo tuyo tan grande?”Dios respondió a Salomón: “Puesto que éste ha sido tu deseo, y no has pedido riquezas ni bienes ni honores, ni la muerte de tus enemigos, ni tampoco una larga vida, sino sabiduría y conocimiento para poder gobernar a mi pueblo, del que te hice rey, te concedo sabiduría y conocimiento, pero además te daré riquezas, bienes y honores, como no tuvieron los reyes que hubo antes de ti ni los tendrán los que habrá después de ti”» (2 Crónicas 1: 7-12)
En las antiguas civilizaciones se pretendía que los gobernantes tuvieran conocimientos y sabiduría para administrar los asuntos del estado, por lo que una de las características más valorada era la avanzada edad de sus dirigentes, pues esta se creía que estaba ligada a una mayor acumulación de experiencia y de conocimientos; el «gobierno de los sabios» (sofocracia) propuesto por Platón en los diálogos de La República concebía un gobierno presidido por el «Filósofo rey», usando una analogía para decir que «el conductor en un barco es el más sabio sobre el tema».
Sócrates, Platón y Aristóteles fueron críticos de la democracia; ellos ejercieron un papel polémico mediante sus pensamientos políticos y su actitud contestataria favoreció que se convirtieran en faros de luz cuando las sociedades se distraían con las sombras del oscurantismo que les rodeaban. Las ideas de estos filósofos griegos, así como las de otros pensadores, se han encargado de iluminar las cavernas en las que se ha encontrado la humanidad en diferentes épocas, como lo ilustró el «mito de la caverna platónica» que hace parte de La República.
Platón señaló que quienes acceden al conocimiento filosófico pueden contar con mayor idoneidad para desenvolverse con propiedad en los asuntos del estado. Esa idea renació en el siglo XX a través de lo que se ha denominado la «tecnocracia», que según su etimología proviene de las raíces griegas «tekhne» que se traduce como «técnica, arte» y «kratos» que se entiende como «poder, gobierno», por lo que se le considera «gobierno donde mandan los que tienen conocimientos», pero también ha sido usada para describir la administración que hacen expertos (tecnócratas) en diferentes áreas o disciplinas científicas. Una de las acepciones que el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia Española le da al término «tecnócrata» es «Profesional especializado en alguna materia económica o administrativa que, en el desempeño de un cargo público, aplica medidas eficaces que persiguen el bienestar social al margen de consideraciones ideológicas».
Siendo estudiante de Administración Pública en la Universidad de Cartagena (Centro Tutorial Cereté) tuve un enriquecedor diálogo con un directivo de la universidad; yo opino que por su formación profesional él consideraba que la Administración Pública es un apéndice del Derecho basándose en que el derecho administrativo es una de sus ramas. Mi posición intelectual difiere de la suya, partiendo del concepto mismo de la administración como ciencia y que los abogados no cuentan con la formación como administradores, además de que el derecho administrativo no es lo mismo que la administración pública.
A pesar de lo anterior, la democracia ha permitido que lleguen a cargos de administración pública muchos individuos sin idoneidad para desempeñarse en ellos. La administración es una disciplina que requiere la aplicación de una serie de conocimientos, principios y valores que quienes aspiran a ocupar un cargo público deberían tener. Abundan los casos de médicos, abogados y otros profesionales y no profesionales que han ocupado cargos públicos cuyo principal logro ha sido gastarse los presupuestos que cada año les fueron asignados: ¿Aplicaron principios de eficacia y eficiencia en el gasto público? ¿Sabían acaso como hacerlo? ¿Despilfarraron recursos públicos útiles para atender las necesidades de la población más vulnerable? ¿Tomaron decisiones basados en el conocimiento informado o lo hicieron guiados por sus caprichos o por sus emociones personales? ¿Sabe un médico o un abogado el impacto que tienen sus decisiones como servidores públicos en la situación económica o social de un conglomerado o solo se deja llevar por sus deseos? Las respuestas a estas preguntas reafirman mi convicción en que «No hay países subdesarrollados, sino mal administrados» como afirmó el austriaco Peter Ferdinand Drucker.
Quizás el apasionamiento que despiertan en algunos las figuras caudillistas de sus «ídolos con pies de barro» no les permita aceptar la veracidad de mis palabras y solo le den una connotación peyorativa a la tecnocracia, como lo han hecho algunos caudillos, ya que administrar con fundamento en la ciencia y la técnica, sin dejarse guiar por lo que exigen los manifestantes en sus marchas o los titulares de los medios de comunicación requiere una convicción que da el conocimiento de la evidencia irrefutable.
En Colombia la tecnocracia ha tenido un tímido y muchas veces limitado avance a través de los procesos meritocráticos que se han iniciado con la finalidad de que se alcance «la profesionalización de quienes sirven en la Administración Pública, con el fin de lograr transparencia y calidad en la atención a los ciudadanos» (Departamento Administrativo de la Función Pública, 2017), por lo que la Ley 909 de 2004 entre los principios de la función pública señala que «El criterio de mérito, de las calidades personales y de la capacidad profesional, son los elementos sustantivos de los procesos de selección del personal que integra la función pública».
Quiero resaltar que el historiador ateniense Tucídides incluyó en su obra «Historia de la guerra del Peloponeso» el célebre «Discurso fúnebre de Pericles» como un testimonio de su cultura, de su espíritu cívico y en especial de la importancia que le dieron a la libertad a pesar de no tener un marco normativo escrito que los obligara a hacerlo:
«Disfrutamos de un régimen político que no imita las leyes de los vecinos; más que imitadores de otros, en efecto, nosotros mismos servimos de modelo para algunos. En cuanto al nombre, puesto que la administración se ejerce en favor de la mayoría, y no de unos pocos, a este régimen se lo ha llamado democracia; respecto a las leyes, todos gozan de iguales derechos en la defensa de sus intereses particulares; en lo relativo a los honores, cualquiera que se distinga en algún aspecto puede acceder a los cargos públicos, pues se lo elige más por sus méritos que por su categoría social; y tampoco al que es pobre, por su parte, su oscura posición le impide prestar sus servicios a la patria, si es que tiene la posibilidad de hacerlo.Tenemos por norma respetar la libertad, tanto en los asuntos públicos como en las rivalidades diarias de unos con otros, sin enojarnos con nuestro vecino cuando él actúa espontáneamente, ni exteriorizar nuestra molestia, pues ésta, aunque innocua, es ingrata de presenciar».
Lo resalto para invitar a quienes creen tener las cualidades para ocupar cargos públicos a profesionalizarse en disciplinas administrativas o económicas y que con esos conocimientos puedan apuntarle al bienestar de las sociedades a través de la eficacia y de la eficiencia, con independencia de las ideologías que en lugar de facilitar los consensos, lo que hacen es impedir la cohesión social. Solo así podremos reconocer lo mucho que hemos avanzado como nación (a pesar de algunos dirigentes que hemos tenido) y desenvolvernos en el papel que nos ha tocado desempeñar en el escenario de la vida diaria.
Que cuando un profesor, una madre comunitaria, un soldado, un policía, un inspector, un juez, un fiscal o cualquier otro servidor público utilice o escuche la expresión «abandono estatal» sepa que donde quiera que él se encuentre es representante de ese estado que se supone desamparó a las comunidades. ¡Que sepa que para esas comunidades él puede ser ese filósofo rey que no necesita una corona para actuar en favor de esa población de la cual también hace parte!
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