domingo, 30 de agosto de 2020
REDUCCIÓN DE LOS GASTOS DEL ESTADO
domingo, 23 de agosto de 2020
AUMENTO DE IMPUESTOS EN MEDIO DE LA CRISIS
domingo, 16 de agosto de 2020
LOS NÚMEROS NO MIENTEN
Las ciencias exactas, ciencias puras,
ciencias duras o ciencias fundamentales crean conocimiento a partir de la observación
y de la experimentación; sus resultados pueden ser expresados en lenguaje
matemático. La matemática es considerada una ciencia exacta, pura, dura o fundamental
que estudia las propiedades y relaciones de los números y otros símbolos como formas
abstractas haciendo uso del proceso de razonamiento lógico; su raíz etimológica
proviene del del latín «mathematĭca», que a su vez proviene del griego μαθηματικά
y este se deriva de μάθημα («mathema»), que se traduce como «conocimiento».
Desde niño me enamoré de la matemática y esto hizo que tuviera facilidad para entender los números, así como también para usar el razonamiento lógico en mi forma de pensar. En la universidad, además de profundizar el estudio de la lógica booleana para comprender el «lenguaje de máquina» de los computadores a partir de los ceros y los unos (falso y verdadero, como lo había aprendido en la secundaria), también aprendí a plantear diferentes soluciones a los problemas mediante el uso de algoritmos y lenguajes de programación; a través del análisis de sistemas comencé a mirar a los números como datos, a partir de los cuales se puede generar información útil para crear conocimientos. Más tarde, al estudiar administración, pude comprender que toda actividad es susceptible de ser medida a través de indicadores con la finalidad de hacerle seguimiento y evaluaciones periódicas que permitan mejorar las acciones de forma orgánica y sistemática. Solo hay que descubrir las variables claves y su relación para tener los indicadores adecuados que nos ayuden a cuantificar la evolución de las acciones que ejecutamos y tomar decisiones guiados por el conocimiento y no por las emociones.
He aprendido también que los números, por ser abstractos, no tienen alguna manifestación emocional y que quienes dedicamos nuestra vida a estudiarlos o a aplicarlos terminamos pareciéndonos a ellos. Los números solo se encargan de representar la realidad como es, no como las personas pensamos, sentimos o deseamos que debería ser. Un seis ha sido, es y será un seis, a pesar de que existan algunos despistados o mentirosos que quieran hacerle creer a los demás que un seis también puede ser un nueve o viceversa.
Cuando comenzaron a conocerse estadísticas de la epidemia ocasionada por el nuevo coronavirus y, por consiguiente, su inevitable llegada a todos los rincones del planeta muchos quisimos pensar con el deseo de que aquel virus chino no contagiaría a nuestro entorno cercano. Preferimos quedarnos con la «posibilidad idealista» de que se podían impedir e ignoramos las «probabilidades reales» de que muchos se enfermarían y un porcentaje de éstos fallecería. Una variable impredecible por la cual la mayoría de epidemiólogos en todo el planeta se ha equivocado en sus recomendaciones para que los gobiernos puedan hacer una mejor gestión de la epidemia es la conducta individual de cada ser humano. Con algunos compañeros de pensamiento conversamos sobre este tema en el caso colombiano. No somos adivinos, videntes o profetas, pero nuestros temores de lo que ocurriría en Colombia se han ido cumpliendo en estos meses y aun falta, ya que no hemos comenzado todavía el descenso en la curva de contagios y de muertes.
Los gobernantes territoriales se dejaron ganar la carrera frente al coronavirus y se despreocuparon de tener indicadores reales de las estadísticas de contagio, a pesar de que el marco normativo adoptado durante el Estado de Emergencia Económica, Social y Ecológica declarado por el Gobierno Nacional les facilitaba esta tarea, prefirieron lavarse las manos y dejarle toda la responsabilidad a las Entidades Promotoras de Salud. La falta de cultura y de conocimientos de las administraciones territoriales para hacer seguimiento y control a su accionar facilitó que hoy no tenga sentido publicar estadísticas de contagios de hace dos semanas y hasta más. Con la intención de dejar la sensación ante la opinión pública de que sí están haciendo algo, de forma inútil intentan frenar los contagios mediante toques de queda y enviando unidades de policía y del ejército a diferentes sectores de las ciudades y de las zonas rurales, cuando lo que debieron hacer desde temprano fue preparar a un ejército de personas que implementara la estrategia PRASS (Pruebas, Rastreo y Aislamiento Selectivo Sostenible) y habilitar los laboratorios de salud pública departamentales para no depender del Instituto Nacional de Salud en Bogotá. Frente a la realidad de la ineficacia de las medidas gubernamentales actuales para incidir en la reducción de los contagios lo único que queda es esperar que el comportamiento natural del virus haga lo que le corresponde y el sistema inmunológico de cada individuo haga lo propio.
Aunque tengo la convicción de que los números no mienten yo espero, apreciado lector, que tú seas uno de los 99.093,4 de cada 100.000 colombianos a los que hasta el día de ayer (15/08/2020) no le habían confirmado su contagio por el nuevo coronavirus y que sigas haciendo parte de los 99.970,6 de cada 100.000 compatriotas que no han fallecido por el contagio de este virus.
Podría dejar mi opinión de hoy hasta ahí, pero debo decirte que por encima de los números existe Alguien que tampoco miente, se muda o cambia; quizás no puedas creer en Él porque no tienes evidencias de que exista o quizás te resistas a creerle a pesar de que los números han demostrado que Él no miente, pero a través de dos hombres que se hallaban encerrados en contra de su voluntad, le dio esperanza a un hombre que creía ser libre y en en medio de una crisis quería suicidarse:
«Luego los sacó y les preguntó:
— Señores, ¿qué debo hacer para salvarme?
Ellos contestaron:
— Cree en el Señor Jesús, y obtendrás la
salvación tú y tu familia» (Hechos 16:30-31).
El mejor consejo que puedo darte en medio de esta epidemia es ese mismo: ¡Cree en el Señor Jesucristo!
Que Dios bendiga a nuestra Nación.
domingo, 9 de agosto de 2020
¿LAS LEYES DAN LIBERTAD?
El 7 de agosto de 2020 (hace 2 días) se conmemoraron 201 años de la Batalla de Boyacá en la que además de Simón Bolívar uno de los principales protagonistas fue Francisco de Paula Santander, quien es conocido como «el hombre de las leyes» quizás por el dictum «Colombianos: las armas os han dado la independencia, pero solo las leyes os darán la libertad» que pronunció el 30 de agosto de 1821 en el Congreso de Cúcuta, en el que fue elegido como Vicepresidente de Colombia. Esta frase se encuentra escrita en el Palacio de Justicia de Colombia en Bogotá y dio origen a la expresión «santanderismo» que hace referencia a la intrascendencia o incumplimiento de las normas.
Por lo anterior, mi opinión de hoy gira en
torno a las leyes colombianas como un impedimento para que los individuos
puedan disfrutar de sus libertades a plenitud.
Bruno Leoni, filósofo y abogado italiano, con su libro «La libertad y la ley» hizo un gran aporte a la teoría del liberalismo y en él expone razonamientos de la tradición griega y romana; entre otras cosas señaló lo siguiente:
«La concepción griega de la certeza de la ley era la de una ley escrita. Aunque no estamos directamente interesados aquí en los problemas de investigación histórica, es interesante recordar que los griegos, especialmente en sus primeros tiempos, tuvieron también un concepto del derecho consuetudinario y, en general, del derecho no escrito. El mismo Aristóteles habla de este último. Éste no debería ser confundido con el concepto, más reciente, de la ley como un complejo de fórmulas escritas en el sentido técnico que el término nomos asumió durante los siglos V y IV antes de Cristo. Pero los antiguos griegos, en un periodo más maduro de su historia, llegaron a cansarse de su idea usual de la ley como algo escrito y promulgado por cuerpos legislativos tales como la asamblea popular ateniense.
El ejemplo de los antiguos griegos viene particularmente a cuento a este respecto, no sólo porque fueron los iniciadores de los sistemas políticos adoptados más tarde por los países occidentales, sino también porque casi todo el pueblo griego, particularmente los atenienses, era partidario sincero de la libertad política, en un sentido perfectamente comprensible para nosotros y comparable con el nuestro.» (https://www.elcato.org/bibliotecadelalibertad/la-libertad-y-la-ley-html#lf03_div_008)
Aunque fueron los griegos los que propusieron los fundamentos filosóficos del pensamiento liberal, sobre todo Platón con su propuesta de «La República», cuyas ideas recogería el economista y filósofo Adam Smith siglos después en «La Riqueza de las Naciones» (de eso me referiré en otra ocasión), fueron los romanos quienes pusieron en práctica esas ideas creyendo que «Para ser libres hay que ser esclavos de la ley» (Marco Tulio Cicerón); sin embargo, ellos mismos alcanzaron a advertir la amenaza que se derivaría de creer que las leyes eran las garantes de la libertad de los individuos: «Cuanto más corrupta es la República, más corruptas son las leyes» (Cornelio Tácito).
El economista, ingeniero, exministro de salud y protección social y actual rector de la Universidad de los Andes, Alejandro Gaviria, en su libro «Siquiera tenemos las palabras», dijo lo siguiente: «Las leyes, por ejemplo, no cambian el mundo. Algunas veces son más una forma de evasión que un instrumento para la solución de los problemas»; sin embargo, en Colombia tenemos la concepción santanderista de que los problemas se arreglan «mágicamente» con la expedición de una nueva norma.
El video «Integridad, transparencia y lucha contra la corrupción», producido por la Escuela Superior de Administración Pública ESAP, citando al Canal Uno (2017) revela que desde la creación del Congreso de la República, el 27 de noviembre de 1820, hasta el año 2017, Colombia tenía un número de 5.967.000 leyes, de las cuales casi todas se encuentran vigentes; si incluimos toda la jurisprudencia existente, además de las ordenanzas departamentales, los acuerdos municipales, los decretos y las resoluciones expedidas por diferentes entidades del estado facultadas para hacerlo, entonces podríamos afirmar que todo este acervo de normas limitan el ejercicio de nuestras libertades individuales en lugar de darnos libertad, como sentenció Santander.
Agreguémosle a todo lo anterior que los congresistas colombianos para congraciarse con alguno de sus caudillos y no con las libertades de sus conciudadanos presentan proyectos de Acto Legislativo para modificar algún articulito de la Constitución Política, entonces encontramos que en menos de 30 años de vigencia de nuestra Carta Magna se han hecho más de 50 reformas constitucionales. Pocas de las iniciativas legislativas presentadas en cada legislatura tienen la finalidad de brindar o garantizar mayores libertades al individuo y, por el contrario, lo que buscan es crear imposiciones, limitar libertades, aumentar tributos, crear trámites para que el individuo tenga mayor dependencia del estado; no obstante, gran parte de esas iniciativas legislativas le brindan privilegios a quienes hacen parte de la clase política. Cuando un individuo tiene alta dependencia del estado, su libertad está muy comprometida.
Si las leyes dieran libertad, como dijo Santander, entonces Colombia sería uno de los países más libres del mundo con un promedio de expedición de 30,3 leyes por año; sin embargo, nuestra realidad nos demuestra todo lo contrario: La libertad, vista como el poder de los individuos para ser libres, se encuentra limitada por el poder del estado para ejercer coerción sobre los primeros, utilizando como instrumento para hacerlo las leyes que deberían garantizar un mayor disfrute de la libertad. ¡Qué gran paradoja!.
Lo que resulta más paradójico es que Francisco de Paula Santander es considerado como fundador del Partido Liberal Colombiano, por lo cual, casi dos siglos después de que pronunciara su famosa frase, si tuviera al hombre de las leyes frente mí tendría que decirle: «Francisco de Paula, te equivocaste, pues las leyes no nos dieron la libertad, sino todo lo contrario, nos la limitaron».